¿Cuántas veces nos ha pasado que nos sentimos decaídos, tristes o molestos, y sentimos que la compañía del otro (en este caso de la pareja) no resulta ser la compañía que esperábamos? Pasa muy a menudo, que buscamos algo en el otro y al no hallarlo, cargamos con malestar, enojo y frustración. Es como si de alguna forma, deseáramos ser leídos, intuidos e interpretados por ese otro para que venga con el botiquín que contenga la pomada que necesitamos para la emoción que estamos experimentando. Esperar ello, es parte del vínculo, parte de las expectativas naturales en una relación, pero -como todo- debe ser tomado con pinzas, pues si bien es natural que se espere esto de la pareja, no quiere decir que la esperanza se transforme en una regla a cumplir.
En terapia de pareja solemos darnos cuenta de cómo este deseo de ser leídos termina jugando en contra algunas veces. El propósito de este espacio compartido es que ambas partes tengan la oportunidad de escuchar más allá de las palabras, la queja o el reclamo, y se conecten con el verdadero sentir del otro, para que desde ahí ambos se den la oportunidad de revisar qué es lo que necesitan.
Es muy frecuente que como personas nosotros sintamos algo pero no sepamos muy bien qué necesitamos. Tratemos de detenernos un poco en esto, ya que va a ser fundamental a la hora de trabajar el punto anterior en pareja. Recordemos algunos momentos en los que nos hemos sentido agobiados, cansados, aburridos, tristes, molestos, ansiosos, apenados, etc. ¿qué posición adopta nuestro cuerpo? ¿Cuáles son nuestros pensamientos más frecuentes? ¿Cuándo vemos al otro, qué se viene a nuestra mente casi instantáneamente? … tratemos de conectarnos con esos lados, menos racionales y mucho más sensibles, sensoriales.
A veces para estos momentos con emociones complejas, necesitamos cosas muy simples: silencio, una pausa, que nos miren a los ojos, que se sienten a nuestro lado en silencio, sentir la temperatura de la mano del otro, que nos escuchen mientras sacamos todo lo que tenemos dentro, sin parar y sin juicio. Quizá también necesitamos que nos acompañen en la emoción, que sientan con nosotros. O también a un cable a tierra, que nos organice y ponga los puntos sobre las íes. Desde el lado más sensorial, muchas veces nuestro cuerpo ansioso, triste, molesto (y etc.) necesita abrir las ventanas de sus sentidos: oler un aroma diferente, tocar alguna textura, escuchar alguna melodía, ver algunos paisajes, o probar algún sabor. Nuestro cerebro se estimula a partir de los sentidos, y hacerlo en momentos emocionalmente complejos puede ser una buena ruta también.
Como ven, opciones hay muchísimas, y aquí lo importante es poco a poco ir armando lo que nos funciona a nosotros, con el abanico emocional diverso que sentimos día a día. Una vez hecho esto, puede resultar mucho más sencillo voltear a nuestra pareja y comunicarle, brindarle este descubrimiento, este mapa. Abrir un espacio de conversación largo, respetuoso y sincero, en donde se converse de necesidades y caminos.
Así aportamos claridad, sensibilidad y sencillez a lo complejo. Muchas veces nos sentimos tan abrumados que pensamos que la solución es como descifrar una ecuación con logaritmos, cuando quizá bastaba con oler una taza de café para volver a centrarme al presente, por ejemplo. Vayamos dentro, todos y cada uno de nosotros, busquemos, naveguemos, exploremos. Luego de esto compartamos esto con nuestro compañero/a de vida, y así tendremos una forma más clara de estar juntos. Sin la expectativa o la tensión de “no sé qué hacer” por un lado o “no me está ayudando” por el otro.
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