Cuando dos personas deciden iniciar una relación y cada uno de ellos ya tiene una historia familiar, es decir, ya tienen hijos de compromisos anteriores, la mayoría de las veces tienen reparos al momento de considerar la idea de vivir juntos. Y es que además de ver lo que ellos anhelan, suelen poner como prioridad el bienestar de sus hijos, pues temen que la integración con la otra parte afecte el estado emocional de ellos.
Como en otros ámbitos de la vida, el miedo no es malo en sí mismo y por el contrario sirve de guía para prever y anticipar posibles amenazas, por lo que el miedo que tienen ambos padres de exponer a sus hijos a potenciales situaciones que los perjudiquen, sirve para que evalúen diferentes variables antes de vivir juntos. Entre las variables que se deben tomar en cuenta, tenemos: la edad de los hijos, el tiempo de la relación entre ambos, el tiempo que transcurrió de la ruptura con los padres de los hijos, la forma cómo se ha ido introduciendo a la nueva pareja en la vida de los hijos, el estado emocional previo de lo hijos, entre otros.
Una vez analizadas estas variables, puede ocurrir que decidan que lo mejor es no convivir aún, en lo que fortalecen el vínculo entre todos y así cuando llegue el momento adecuado, la convivencia se convierte en una experiencia de crecimiento.
Para ello, se debe partir de la idea de que la transición será compleja, por lo que una actitud realista ayudará a los adultos a manejar con calma y paciencia cualquier contratiempo que pueda presentarse, ya que si las expectativas son idealizadas, en las cuales todo será puro amor y felicidad, cuando ocurra un problema se frustrarán y dicha emoción será un obstáculo para la resolución de este.
Tras aceptar que son personas distintas, con costumbres y hábitos diferentes, es importante que de forma gradual y respetando los tiempos de cada integrante, se vayan construyendo nuevas formas, propias de la familia que se está formando. Se debe evitar generar bandos, y, por el contrario, se debe propiciar unión y consenso en las decisiones que se tomen y para ello, quienes deben poner la pauta a través de ejemplos y acciones son los padres. No hay que esperar que los hijos comprendan y asuman pasivamente la nueva forma de vida, sino que los adultos, con lo que dicen y hacen, deben evidenciar que están de acuerdo y que lo que buscan es el bienestar de todos.
Aunque a veces no es posible hacer felices a todos los integrantes, es vital brindar espacios de comunicación en donde los hijos puedan expresar lo que sienten y hacerles ver que harán lo que esté a su alcance para que se sientan mejor, pero que habrá momentos en los que igual tendrán que lidiar con temas que no deseen, pero no será debido a una falta de afecto o consideración, sino que la convivencia implica acuerdos.
Por otro lado, las exparejas (también padres de los hijos) deben ser lo suficientemente maduros y emocionalmente estables para que se conviertan en conciliadores y estimuladores de la integración de sus hijos con la nueva pareja de su padre/madre. Cualquier comentario negativo respecto a la nueva pareja deben escucharlo, pero sin acompañarlo de un juicio de valor, sino hacer saber que entienden su malestar y que hablarán con el otro adulto para ver la mejor forma de resolver el tema, en tanto lo que comenten sus hijos no implique alguna circunstancia que atenta contra su integridad física y emocional. Si ocurriera esto último, claro que deben tomar las medidas necesarias.
Te recomendados otros artículos de la autora:
La importancia de estar a solas en pareja
Cuatro conductas que destruyen una relación de pareja y cómo evitarlas
¿No te quieres perder las últimas novedades para tu boda?
Suscríbete a nuestra newsletter
Danos tu opinión